(Repost del post de la clase de ayer)
Mucho
se ha dicho ya de la relación—voy a aclarar: metafórica—entre Rayuela de Cortázar y el hipertexto
digital, leyéndose la novela como un proto-hipertexto, pues se supone que
preludia la multiplicidad de caminos y lecturas que definirá lo que luego será
el hipertexto. El mismo concepto de hipertexto se ha propuesto como cibertexto,
separando el concepto ergonómico de su digitalidad. Y esto puede ser todo
cierto, pero ¿qué importa? ¿qué importancia tiene que la obra del argentino sea
o no un hipertexto? ¿qué más nos da?
Alfonso
Fierro ha compartido sus reticencias acerca de leer Rayuela a partir de una teoría que le sería futura—y es irrefutablemente cierto que
puede haber un anacronismo peligroso en hacer esto. Su lectura del texto, pues, contrapone Rayuela al género contemporáneo al que sí pertenecería, la novela,
siendo éste un modelo que destruir, que atacar. Y esto es importante. ¿Pero por
qué? ¿Qué tan mala será la novela para proponer su destrucción? ¿Y de qué armas
disponemos? En el caso de Cortázar parece evidente: de la novela como género y
del libro como su cuerpo y su casa.
Dicen
Deleuze y Guattari en Mil mesetas que
hay esencialmente dos tipos de libros. Aquellos que se nos presentan como
estructuras jerárquicas, herederas de instituciones regladas (y estriadas)
donde una cabeza impone las rúbricas de orden y lectura. Y aquellos otros libros que son más
bien ensamblajes, máquinas. El primer tipo de libro responde a la percepción
del espacio como reglado, a la lectura de una realidad abarcable y gobernable,
a una cultura estructurada alrededor de reglas fijas, con instituciones como el
ejército, las corporaciones, o las universidades—detengámonos un segundo aquí
en mencionar, como ya lo hizo McLuhan, que el medio de comunicación
predominante en estas estructuras será la imprenta gracias a la cual se
constituye un tipo de conocimiento objetual y particularizado, que producirá,
por otro lado, este primer tipo de libro (que será, además, venerado desde una
posición casí totémica, como además apunta Landow).
El
segundo tipo de libro, existiría casi como opuesto a la estructura reglada,
modulada, y controlada del libro totémico. Un libro que sería reflejo de un
espacio desregulado, sin cortes de estructura, es decir, liso, suave, en
contraste geométricamente con el anterior. Un espacio que será, por oposición, definido
de manera dinámica, en términos de transformación y no de esencia, como
explicará Moulthrop. Las estructuras posibles en este espacio rechazan la
autoridad y la jerarquía del espacio reglado, comprendiéndose como estructuras
comunales, cooperativas, lugares de colaboración y construcción de conexiones. Un
espacio que pertenezca al reino del nomos
y no al logos, un espacio de
exterioridad, de movimiento y líneas de fuga. Este será el espacio que dé pie
al famoso rizoma, entendido como red de redes y multiplicidades. Y donde el
modelo de comunicación, pues, responderá también a la idea de red y
multiplicidad, al flujo, al becoming.
Y como
quizás cueste trabajo pensar en un libro de estas características, puede sernos
útil buscar la aplicación metafórica de estos conceptos al deseo que mueve
una obra hipertextual digital—e incluso a un hipertexto de papel, como paso
intermedio, aunque con la limitación que supondría su inevitable pertenencia a
la tradición impresa (con lo que eso implica para el libro como objeto
cultural).
El
deseo tras la resistencia a lo reglado será el mismo que mueva la obra
hipertextual, aunque resulte finalmente siempre inútil, empero, pues la
construcción misma de un hipertexto implica un control final del espacio y sus
posibilidades—si no la obra será siempre aleatoria e incontenible—,
convirtiéndose en una instanciación reglada. Las conexiones entre puntos
seguirán siendo conexiones programadas que impiden la desterritorialización del
espacio al fin y al cabo. La multiplicidad dentro de una tecnología (que es
tecnología por su funcionamiento y no hay funcionamiento sin reglas y éstas han
de programarse) no sería más que una hermosa aporía. Y, sin embargo, aunque el
hipertexto (como estructura digital contenida) sea inevitablemente un fracaso
en esos términos, quizás todavía podamos salvarlo.
Deleuze
y Guattari, hablando del libro como ensamblaje proponen una comprensión del
mismo como una “pequeña máquina”. Como una máquina que nunca se preguntará por
el significado del libro (ya sea como significante o significado) y que, en
cambio, se preguntará por el funcionamiento del mismo, su conexión con otras
cosas, con otras multiplicidades y convergencias, vistas siempre desde su
exterioridad, desde el nomos de su forma y mención, y nunca desde una
perspectiva logocéntrica. Es difícil imaginar este libro. Quizás sea más fácil
entender la idea tras la que surge la multiplicidad como resistencia a lo
reglado. Y quizás sea aquí donde el hipertexto cuaje, como ensamblaje simbólico—no
como realidad electrónica y programada—sino como pequeña máquina de relaciones, como
exterioridad. Y como tal, simbólicamente quizás, podamos salvarlo—como metáfora
de multiplicidad.Y quizás, me atrevo a decir, sea desde aquí desde donde debamos leer Rayuela, como resistencia y multiplicidad. Quizás este sea el por qué nos importe que Rayuela sea
o no un hipertexto, pues en ello residiría su capacidad de montaje y
resistencia. Como construcción de conexiones y exterioridades, como
pequeña máquina, quizás.
Obras mencionadas
Cortázar, Julio. Rayuela
Deleuze, Gilles and Félix
Guattari. A Thousand
Plateaus: Capitalism and schizophrenia
Moulthrop, Stuart. “Rhizome
and Resistance: Hypertext and the Dreams of a New Culture”