El
verano se termina y me siento atrapada en esa sombra de lo que ya no. E invoco,
sin quererlo, más de esas lecturas fortuitas que de nuevo se me revelan como inesperadamente
complementarias. Hoy, que está nublado, se suman ambas en la descripción de una
ausencia que como ese verano—que ya casi no, en una escueta semana no, pero—todavía sí.
Hace al
menos tres meses que leí También eso era
el verano de Isabel Cadenas Cañón y he necesitado el calor de agosto y un
viaje transatlántico para poder darme cuenta de que sí, de que eso,
efectivamente, también era el verano. Y ahora más. La primera vez que leí el
poemario de la joven poeta terminaba la primavera, claro. E Isabel me compartió
el texto antes de que estuviera publicado, me lo mandó por email. Empecé a leer
y de la vergüenza tuve que dejarlo. Ese entrar por lo digital a un texto que
evidentemente necesitaba de ser libro me hizo sentir como una intrusa, medio
hacker. Fuera. Un poemario de materialidad tan cuidada que al leerlo desde el
email me hizo sentir inoportuna, medio sucia, medio voyeur. Volví a casa a
imprimirlo y con más cuidado, lo leí como el libro que era, en papel. Así se lo
dije e Isabel, y rauda y certera como es, me dijo: chacha, imprímelo como
booklet, si no, no.
Lo
hice, y mejor.
Pero
todavía no.
¿Cómo
leer un libro que es en realidad un álbum fotográfico si no así? ¿Cómo leer el
poema ecfrásico de aquellas fotos de verano si no así? Como booklet, bueno,
pero incluso no.
Meses
después me llegó el libro final a casa, empaquetado. Un álbum impreso. Eso es. Así
sí. Cada página era por fin el reverso de aquel álbum de infancia y de verano;
cada página reproduce una página de vida que ahora funciona por inversión. No
hay imágenes, sólo texto. Las fotografías reveladas como la ausencia que
siempre son, como huecos en el texto que ahora las abraza y comenta: enmarcando
aquello que para la autora fue y que en la escritura controla al tomar posesión
del tiempo y orden de lectura, pero que ya no. Hojas de verano, de pasado, de
amor hacia una madre que todavía sí pero ya no, y la descripción de ese mundo
inabarcable que existía cuando las fotografías se revelaban movidas, o con un
dedo ensombreciendo la esquina izquierda. Un libro sobre lo que ya no, casi
como la misma existencia de esas fotos impresas y esos álbumes que teníamos
todos los nacidos en los 80 donde la vida se contaba en 20 o 30 imágenes. Más
no.
Miro
atrás y pienso en que yo también puedo contar mi infancia en dos álbumes de
fotos, uno de tapas verdes, otro azul. Más no. Y como el texto de Cadenas, el
pasado está fuera de encuadre, cada página encapsula ese momento que es irrepetible,
que no puede editarse cambiando filtros ni encuadres, porque no es una imagen
digital. “Hoy ya no hay sombras en las fotos,” reza el texto recordándonos la
manipulación que existe hoy tras cada imagen digital—tras cada intento de
controlar la memoria—y También eso era el
verano es su recuerdo irrecuperable, ensombrecido, pero que ya no. La
ausencia como motivo generador de lo que ya no.
Me
acordé de este libro hermoso de Isabel la semana pasada según leía otro de esos
libros regalo de verano en un vagón de tren—yo soy muy de tren y sólo lo cojo
en España, qué le vamos a hacer. Barato no es. Volvía de entrevistar a Javier
Fernández y a Vicente Luis Mora, y Vicente, por fin, encontró uno de esos ¿a
que éste no lo tienes? Y mira, pues no. Leí Autobiografía
(novela de terror) de un tirón en la hora y tres cuartos que separan Madrid
de Córdoba en Ave y nada más abrirlo pensé, pues sí, también esto es el verano,
leer poemario ecfrásico así, leer álbum impreso, leerse a uno y contarse a los
demás, así, en verano. Describir lo que ya no. Y en el caso de Autobiografía contarse como adolescente,
hastiado y aburrido como solían ser los veranos. Ese libro viejo, obra temprana
de Vicente huele, inevitablemente, a calor, a desidia y a mucha juventud. A la
genuina pose del adolescente que enmarca la impostación de lo que debería haber
sido, de lo que quería ser. Un texto cuyos poemas también describen fotografías
de una vida que ya no. Un texto distinto a los que hoy firma el escritor, sin
duda, pero que a mí me sigue pareciendo hermoso como muestra de lo que todavía
sí, pero ya no.